La sociedad nos bombardea con instrucciones para ser más felices, estar más en forma y ser más ricos. ¿Por qué nos hemos vuelto tan insatisfechos por ser “normales”? Hoy quiero hablarte de la trampa del perfeccionismo.

Tradicionalmente, se ha considerado la perfección como una característica de personalidad buena y aceptada. Sin embargo, solo en su justa medida llega a ser adaptativa.

Tras numerosos estudios se ha encontrado que la perfección es una variable relevante en trastornos psicológicos como la depresión, trastornos de la alimentación, fobia social y en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). También se relaciona con la ira y la preocupación. 

Pero antes, echa un vistazo a estas 9 señales de personas perfeccionistas.

Cuando la perfección se convierte en una imperfección

Muchos estudiantes repasan y comprueban sus exámenes y trabajos antes de entregarlos. Esta actitud favorece el hecho de que no contengan errores. Esto es un ejemplo de los múltiples métodos que la gente utiliza para asegurarse de que su conducta alcanza ciertos estándares para que la calidad de su trabajo no decrezca, sus relaciones no sufran un deterioro, y no tengan problemas.

Paradógicamente, el problema surge cuando se aplican estos estándares de modo excesivo o inflexible, son muy frecuentes y de intensidad alta. Y aquí es donde radica la imperfección de la perfección.

El perfeccionismo se convierte en un problema cuando conduce a la infelicidad o interfiere en la vida cotidiana.

El hecho de tener altas expectativas puede afectar a casi todos los aspectos del día a día, desde la salud, a los hábitos alimenticios, el trabajo, las relaciones afectivas y los intereses de la persona.

La mayor parte de las personas aprecia la importancia de ser organizado, por ejemplo. Sin embargo, si el nivel de organización de una persona es perfeccionista, ya no tiene una función útil debido a que la persona podría empezar mostrar una desacerbada preocupación por la organización.

Hasta el punto de no ser capaz de concluir las cosas que comienza. Consume tanto tiempo organizando y confeccionando listas de cosas que hacer, que el trabajo nunca puede ser terminado. 

El perfeccionismo es el resultado de altas exigencias personales y una autoevaluación o visión de uno mismo como negativa. 

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La paradoja de la perfección

Por lo general, apuntamos a una carrera en particular porque nos han impresionado profundamente las hazañas de los profesionales más destacados en el campo. 

Formulamos nuestras ambiciones admirando las hermosas estructuras del arquitecto encargado de diseñar el nuevo aeropuerto de la ciudad, o siguiendo los intrépidos oficios del más rico de Wall Street, leyendo los análisis del aclamado novelista o degustando las comidas más suculentas en el restaurante de un chef premiado. 

Formamos nuestros planes de futuro profesional sobre la base de la perfección.

Luego, inspirados por profesores, damos nuestros primeros pasos y comienzan los problemas. 

Lo que hemos logrado diseñar, o hacer en nuestro primer mes de trabajo, o escribir en un cuento corto, o cocinar para la familia… está marcado y, absurdamente, por debajo del estándar de aquello que nos inspiró a ser lo que queríamos ser. 

De hecho, las personas que son conscientes de la excelencia, terminan siendo menos capaces de tolerar la mediocridad, que en este caso, resulta ser la de uno mismo.

Se quedan atrapados en una paradoja incómoda: sus ambiciones han sido encendidas por la grandeza, pero todo lo que sabe de sí mismo apunta a una ineptitud congénita. Ha caído en lo que podemos denominar la trampa perfeccionista.

Pero, ¿qué es eso de la trampa del perfeccionismo?

La trampa del perfeccionismo

Se trata de una poderosa atracción por la perfección despojada de cualquier comprensión madura o suficiente de lo que se requiere para alcanzarla.

No es principalmente culpa nuestra. Sin revelar esto de ninguna manera, o tal vez incluso ser conscientes de ello, nuestros medios eliminan miles de millones de vidas sin importancia y años de fracaso, rechazo y frustración, incluso en aquellos que sí lo logran. Todo ello con el fin de ofrecer una selección diaria de las mejores carreras. Así, terminan pareciendo no las violentas excepciones que son, sino una norma y línea base de realización. 

Empieza a parecer que ‘todos’ tienen éxito porque todos aquellos de los que escuchamos son realmente exitosos, y nos hemos olvidado de imaginar los océanos de lágrimas y desesperación que necesariamente los rodean.

Nuestra perspectiva está desequilibrada porque conocemos muy bien nuestras propias luchas desde dentro y, sin embargo, estamos expuestos a narrativas de logros aparentemente libres de dolor en el exterior. No podemos perdonarnos los horrores de nuestros primeros borradores, en gran parte porque no hemos visto los primeros borradores de aquellos a quienes admiramos.

Necesitamos una imagen más sensata de cuántas dificultades se esconden detrás de todo lo que nos gustaría emular. No deberíamos mirar, por ejemplo, las obras maestras del arte en un museo. 

Deberíamos ir al estudio y allí ver la angustia, las primeras versiones destrozadas y las filigranas en el papel donde el artista se derrumbó y lloró. En cuánto tiempo tardó el arquitecto en recibir su primer encargo adecuado (tenían más de 50), desenterrar las primeras historias del escritor que ahora gana premios y examinar más de cerca cuántos fracasos tuvo que soportar el empresario.

Necesitamos reconocer el papel legítimo y necesario del fracaso, permitirnos hacer cosas bastante imperfectas durante mucho tiempo, como un precio que no podemos evitar pagar por una oportunidad, un día, en muchas décadas, de hacer algo que otros considerarán un éxito espontáneo.

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El perfeccionismo hace una vivir una vida por lo que no es, en lugar de lo que es

El imperativo hacia la perfección sigue siendo tan potente y omnipresente como siempre. En un artículo de 2017, dos psicólogos británicos, Thomas Curran y Andrew Hill, atribuyeron un aumento exponencial del perfeccionismo entre la generación más joven a los «parámetros sociales y económicos cada vez más exigentes» dentro de los cuales luchaban por hacer sus vidas. También culparon a “prácticas parentales cada vez más ansiosas y controladoras”.

Los mercados laborales superpoblados, en particular para trabajos creativos y profesionales deseables, así como viviendas inasequibles, están llevando a los jóvenes y sus padres a esfuerzos cada vez mayores para asegurar una ventaja competitiva.

Al vincular la propagación de la ansiedad perfeccionista con la atmósfera de precariedad y competencia conjurada por el libre mercado, estos psicólogos anticiparon lo que yo llamo «la meritocracia». Un estado permanente de competencia dentro de la sociedad que correo la solidaridad y la noción del «bien común». Este sistema sostiene un orden de ganadores y perdedores, generando “arrogancia y autocomplacencia” entre los primeros y una autoestima crónicamente baja entre los segundos.

Sin olvidar la cultura y las redes sociales que crean una presión adicional para construir una imagen pública perfecta, lo que exacerba nuestros sentimientos de insuficiencia.

«No son buenos los extremos, aunque sea en la virtud» .

Santa Teresa de Jesús

¿Cómo valora un perfeccionista su valía?

En ausencia de sentimientos intrínsecos de valía, un perfeccionista tiende a medir su propio valor frente a medidas externas: expediente académico, destreza atlética, popularidad, logros profesionales. Cuando no cumple con las expectativas, siente vergüenza y humillación.

Puede parecer que el perfeccionismo nos impulsa hacia los éxitos de adultos. Pero en verdad, es una actitud fundamentalmente infantil que se nos infunde de la convicción de que la vida, en efecto, termina cuando perdemos la esperanza de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. 

Sin embargo, es todo lo contrario. Ese es el momento en el que la vida puede comenzar. 

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