¿Conoces el efecto Flynn? Es el nombre que se le da al fenómeno de que las puntuaciones de los tests de inteligencia han ido aumentando a lo largo del siglo XX en la mayor parte del mundo. Según este efecto, cada generación es más inteligente que la anterior, al menos en lo que se refiere a las habilidades cognitivas que miden estos tests.

Sin embargo, ¿es realmente cierto? ¿O se trata de una ilusión que ya no se cumple? ¡Te lo cuento a continuación!

¿Qué son los tests de inteligencia?

Los tests de inteligencia son instrumentos diseñados para evaluar las capacidades mentales de las personas, como el razonamiento, la memoria, el vocabulario o la velocidad de procesamiento.

Estos tests se basan en la idea de que existe una inteligencia general, o factor g, que subyace a todas las demás habilidades específicas. Y se suele estimar a partir de la media de las puntuaciones obtenidas en diferentes subtests que miden distintos aspectos de la inteligencia.

Uno de los tests de inteligencia más utilizados y reconocidos es el test de inteligencia para adultos de Wechsler, o WAIS, por sus siglas en inglés. El WAIS es una escala que consta de cuatro índices: comprensión verbal, razonamiento perceptivo, memoria de trabajo y velocidad de procesamiento. Cada índice se compone de varios subtests que evalúan diferentes habilidades, como la comprensión de conceptos abstractos, la resolución de problemas visuales, el cálculo mental o la búsqueda de símbolos.

El resultado de un test de inteligencia se expresa en forma de cociente intelectual, o CI, que es una medida estandarizada que indica la posición relativa de una persona respecto a la población de referencia.

Para calcular el CI es necesario sumar la puntuación directa obtenida en el test, ajustándola según la edad y la norma del grupo al que pertenece el individuo.

Por convención, el CI medio de la población se fija en 100, y la desviación típica en 15. Esto significa que el 68% de la población tiene un CI entre 85 y 115, el 95% entre 70 y 130, y el 99,7% entre 55 y 145.

Hasta aquí la teoría, pero vayamos al grano: ¿somos más o menos inteligentes que nuestros abuelos? Para responder a esta pregunta tengo que hablarte del efecto Flynn.

¿Qué es el efecto Flynn y por qué se produce?

El efecto Flynn se descubrió en la década de 1980, cuando el investigador neozelandés James Flynn observó que las puntuaciones de los tests de inteligencia habían aumentado de forma significativa y sostenida en varios países a lo largo del siglo XX.

Las causas del efecto Flynn no están claras, pero se han propuesto diversas hipótesis que apuntan a factores ambientales, como la mejora de la nutrición, la salud, la educación, la exposición a los medios de comunicación o la complejidad de la vida moderna. Estos factores podrían haber favorecido el desarrollo de las habilidades cognitivas, especialmente las relacionadas con el razonamiento abstracto, la lógica y la resolución de problemas.

Sin embargo, también se ha sugerido que el efecto Flynn no implica un aumento real de la inteligencia, sino un cambio en las demandas y los estímulos a los que se enfrentan las personas, que les hacen más hábiles para responder a los tests, pero no necesariamente para otras tareas.

¿Se ha invertido el efecto Flynn?

En los últimos años, varios estudios han puesto en cuestión la continuidad del efecto Flynn, y han sugerido que se está produciendo un efecto Flynn inverso, es decir, un descenso de las puntuaciones de los tests de inteligencia en las generaciones más recientes. Por ejemplo, un estudio realizado en Noruega con los datos de 730.000 jóvenes que se sometieron a las pruebas antes de realizar el servicio militar, encontró que el CI medio había disminuido 7 puntos entre 1970 y 2009. Otros estudios han hallado resultados similares en países como Dinamarca, Finlandia, Francia o Reino Unido.

Las razones de este posible efecto Flynn inverso son aún más enigmáticas que las del original, y se han planteado varias explicaciones. Entre ellas, el deterioro de la calidad de la educación, el cambio en la composición de la población por la inmigración, el aumento de las distracciones tecnológicas, la reducción del tamaño de la familia o la influencia de los genes. Sin embargo, ninguna de estas hipótesis ha sido confirmada de forma definitiva, y se requiere más investigación para esclarecer este fenómeno.

Y al final nuestros abuelos y abuelas van a tener razón en eso de que con tanto videojuego, tanto móvil, tantas series… nos están haciendo cada vez más tontos.