¿Cómo funciona la consciencia? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero esto no evita que existan centenares de teorías que se esfuerzan por dar con la respuesta. Algunas se fundamentan en información empírica, otras en reflexiones filosóficas, y muchas en una mezcla de ambas. ¿Lo difícil?: verificar cualquiera de ellas no es tarea fácil.
En 2024, un experimento inusual intentó esclarecer el misterio: lograr que equipos rivales llegaran a un acuerdo para evaluar dos explicaciones importantes sobre la consciencia. El resultado no proclamó a una vencedora, pero sí representó un punto de inflexión en el estudio del fenómeno más intangible del cerebro.
La batalla de las teorías sobre cómo funciona la consciencia
La consciencia —esa capacidad de tener una experiencia subjetiva, de sentir, de saber que estamos aquí— ha sido explicada de muchas maneras. Sin embargo, en la última década, son dos las teorías se han disputado el protagonismo: la teoría del espacio de trabajo global (Global Neuronal Workspace Theory, GNWT) y la teoría de la información integrada (Integrated Information Theory, IIT).
Ambas intentan responder a la pregunta: ¿qué pasa en el cerebro cuando somos conscientes de algo?
La GNWT sugiere que la consciencia aparece cuando cierta información se propaga a gran escala por diversas áreas del cerebro, especialmente hacia la corteza prefrontal. La IIT, en cambio, asegura que lo crucial reside en la corteza posterior, donde una red intrincada de conexiones integradas generaría la experiencia consciente.
Un experimento poco común para saber cómo funciona la consciencia
En vez de discutir en redes sociales, los defensores de estas dos ideas se sentaron a planear un experimento en común llamado Cogitate Consortium donde se establecieron predicciones claras y se pusieron de acuerdo en cómo deberían de ponerse a prueba.
Eran equipos imparciales, es decir, sin inclinaciones emocionales hacia ninguna teoría, y realizaron los experimentos en distintos laboratorios a nivel global. El propósito era analizar cómo reacciona el cerebro ante ciertos estímulos y discernir si los datos favorecían a una teoría sobre la otra.
Los resultados
¿Y qué pasó? La verdad es que ninguna teoría salió airosa del todo.
- La IIT predecía una sincronización prolongada en la corteza posterior cuando existe una percepción consciente. Sin embargo, este hecho no se encontró.
- En cambio, la GNWT esperaba una especie de chispa neuronal al inicio del estímulo y la posibilidad de leer el contenido consciente desde la corteza prefrontal. Pero tampoco se observó de forma consistente.
El resultado fue que ninguna predicción se cumplió del todo y algunas se vinieron abajo. ¿Frustrante? Puede. ¿Valioso? Sin duda.
Este enfoque —colaborativo, transparente, con predicciones previas— marcó un cambio importante. Y es que durante años, muchos estudios sobre la consciencia se diseñaban para confirmar la teoría que defendía quien los hacía. Aquí, en cambio, las reglas fueron claras desde el inicio.
Incluso Daniel Kahneman, el psicólogo que popularizó la idea de “colaboraciones adversarias” en ciencia, participó como asesor. Y dejó una advertencia clara: «no esperen que esto cambie opiniones. Los científicos, como cualquier persona, se apegan a sus ideas, incluso frente a evidencias en contra».
¿Y ahora qué?
Aunque este estudio no resolvió el misterio de cómo funciona la consciencia, si que demostró algo importante: hay una forma más rigurosa de estudiarla.
Quizá la solución esté en que no se deba de elegir una sola teoría, sino de mantener varias en juego mientras se refutan entre sí. Aunque parezca contradictorio, ese tipo de terquedad —seguir trabajando dentro de un marco teórico a pesar de los contratiempos— puede ser útil si se combina con mecanismos de corrección.
En el fondo, la consciencia sigue siendo un hueso duro de roer. Puede que la ciencia actual no tenga aún las herramientas para explicarla del todo. O puede que haga falta una revolución conceptual. Lo que sí sabemos es que, si queremos respuestas, habrá que seguir colaborando entre posturas enfrentadas.
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